“Creer que se puede, querer que se pueda”
Esta frase, inspirada en una antiquísima canción de Diego Torres, ya que cualquier cosa con más de 14 días puede quedar obsoleta, es la solución. Bueno, no es la solución porque no todo tiene solución, pero al menos es el camino.
Hace años escuché por primera vez, y varias veces desde entonces, la expresión “al trabajo hay que venir motivado”. Este planteamiento siempre me pareció desacertado por estar incompleto, sin embargo, se está demostrando que funciona para salir de ésta. La pandemia es un trabajo y necesitamos motivarnos para seguir adelante. A la palabra pandemia se le ha unido otra casi igual de peligrosa: fatiga. Después de tantos meses en los que la pandemia se ha convertido en un estilo de vida, cambiando nuestra forma de pensar, de relacionarnos e incluso transformando nuestros valores, las personas nos sentimos cansadas. Necesitamos motivación para realizar el penúltimo esfuerzo en esta carrera, en la que parece que el destino mueve la meta cada vez que estamos cerca.
Pero la motivación no es una cosa que sale de uno mismo y se genera de forma espontánea con la mera voluntad de desarrollarla. La motivación, al margen de la malentendida psicología positiva, que desde luego no es una retahíla de frases exultantes, necesita combustible para nacer, crecer y compartirse. Además, la palabra motivación deriva del latín “motivus”, que significa movimiento y, como bien dice el clásico, “el movimiento se demuestra andando”. Por este motivo, conviene conocer qué es lo que llevamos andado y utilizar este recuerdo para hacer un balance de lo que somos capaces de hacer.
Mucho se habla de que la emoción es lo que mueve el mundo y, recientemente, se ha extrapolado al entorno laboral, porque como dice otra frase popular “obras son amores y no buenas razones”. Lo cierto es que las obras sí pueden ser buenas razones. Como comentaba, parece que las emociones son todo y todo son emociones, no obstante, el ser humano es un ser racional además de emocional y las personas atendemos a razones. Existen muchos motivos para creer que se puede sin hacer un acto de fe.
Estamos en 2021, eso significa que hemos sido capaces de luchar durante meses y no una vez, sino al menos tres. Estamos consiguiendo hacer frente a uno de los periodos más complicados a los que se han enfrentado jamás las generaciones vivas, sobre todo por su carácter global.
El sector sanitario está trabajando sin descanso para sacar adelante la mayoría de las vidas que se ponen en sus manos, con muy pocos medios al principio, pero con más valentía que temor. Ni si quiera ellos estaban preparados para ver tanta enfermedad y miedo en los ojos de otros, de tantísimos otros. En pocos días levantaron hospitales con complejos sistemas de ventilación, cuerpos y fuerzas de seguridad ayudaron a que esto fuera posible.
Productores, distribuidores y comerciantes procuraron que nuestras neveras no quedaran vacías. No sé si puedo imaginar el vértigo que da enfrentarse a calles y carreteras desiertas.
No olvidemos al sector educativo que, en tiempo récord, se adaptó para acercar sus clases a nuestros hijos llegando milagrosamente, como si fueran Papá Noel, a muchos hogares al mismo tiempo.
El sector limpieza garantizó que los lugares de trabajo fueran más seguros que los propios domicilios.
Pudimos ver a personas haciendo mascarillas a mano, inventando respiradores e improvisando e innovando sin demora.
También empezamos a sentir orgullo y empatía por el prójimo con una intensidad desconocida que fuimos capaces de destilar en un solo gesto: aplaudir.
Aparecieron líderes domésticos que se echaron a la espalda el funcionamiento y la sincronía familiar en casas donde el caos de lo nuevo transformaba la normalidad e incluso las relaciones.
Personalmente he visto cómo la forma de trabajar ha cambiado, cómo empresas enteras se han reenfocado, se han reinventado y han encontrado la manera de convertir nuestro trabajo en una contribución activa y real a la reducción de contagios. Compañeros afrontaban jornadas maratonianas de trabajo para que ningún empleado o autónomo quedara sin percibir su prestación económica cuando no había otro ingreso.
La ciencia ha desafiado al tiempo que todo lo puede y ha conseguido encontrar una vacuna para minimizar los contagios en un plazo inimaginable, demostrando su validez y fiabilidad. Muchos nos hemos contagiado y casi todos nos hemos recuperado sin grandes trastornos, sin más desorden que el miedo inicial y alguna secuela que nos excluirá de trabajar como sommelier. Otros no lo han conseguido, otros no lo conseguirán, ellos son quizá la razón del “motivus” que realizaremos para que muchos no se vayan.
La resiliencia, este concepto que tanto escuchamos y que últimamente parecía reservado a los foros de RR.HH., donde algunas personas icónicas nos hablaban de la oportunidad que les brindó esta tragedia de cambiar su actitud y de valorar su propia fortaleza, ha llegado hasta nuestras casas. Vemos resiliencia en nuestros familiares, vecinos y compañeros. Todos ellos están con nosotros, eso significa que están resistiendo, que son fuertes. Ser fuerte no significa no cansarse, significa seguir después de la fatiga, significa ser valiente para aceptar y expresar tus emociones y significa no tirar la toalla esperando que alguien la recoja.
Tenemos muchas ganas de volver a las calles, a las terrazas, a los abrazos y más aún: a los centros de trabajo, incorporando todo lo aprendido y ganado con el trabajo a distancia. Por eso, seguiremos moviéndonos, seguiremos andando que es como se demuestra el movimiento y llegaremos. Llegaremos a un punto donde digamos: A mí me tocó vivir eso y sentí como nunca lo cercanas que podemos ser las personas. Ya tenemos muchas razones y datos para creer y saber que se puede, porque querer, todos queremos que se pueda.